Volar una chiringa no es una tarea fácil. Requiere disciplina y paciencia pero, sobre todo, ganas de volarla. He tenido tantas, jamás podría decir la cifra exacta. Perder una que otra me ha dolido más de lo que esperaba y recuerdo una, en especial, cuya pérdida nunca he podido superar.
Cuando confeccionamos con las propias manos esa chiringa deseada, sentimos cierta pasión y hasta miedo. Trabajamos con el temor de estar perdiendo el tiempo con una chiringa que no podrá alzar el vuelo. Pero los pájaros no alimentan sus crías por sus expectativas. Todas son una oportunidad para el engranaje de la polinización del planeta. Como mis sueños.
Una vez, siendo ya adulto, volaba una chiringa más alto de lo que nunca pensé. Unos niños, no sé si por maldad o diversión, se dieron a la tarea de picar mi soga. Lo hacían sin miedo, yo con mis tatuajes, mi barba y cigarrillo no los intimidaba ni aunque pusiera voz demoníaca. Mi reacción era la predecible. Una postura segura de que no podrían conmigo y mi pilotaje. Soy de los que creen que se puede leer a una persona tras una sola mirada. Sin mirarlos mucho, podía adivinar dónde vivían, que habían llegado caminando y que no los acompañaba ningún adulto. Que no les habían dicho que robar era malo y que, definitivamente, se quedarían con mi chiringa. Seguro la envidiaban por su guille de Juan Salvador Gaviota, ¡tan majestuosa se veía en su altura! Y es que todo el mundo vuela sus sueños como le parece. Igual que sus chiringas. Algunos solo las planean a unos pies de su mano mientras corren como locos dispuestos a arrollarlo todo. Otros las elevan aprovechando la que les dé un impulso. Hay quienes empujan las de los demás y las vemos caer en picada, como una caricatura que se lanza de clavado en una piscina vacía, tal como sus sueños.
Hace mucho aprendí sobre el desapego. Tardé años en soltar una chiringa que se me enredó en un árbol frondoso. Mientras más enrollaba su cuerda más se enredaba, parecía un caballo hundiéndose en arena movediza. Otra chiringa me hizo caminar por horas hasta que perdí el rastro de lo que extrañaba sobre lo que buscaba.
Así que no me dolió nada cuando aquellos niños, por fin, enredaron sus sogas con la mía y me picaron. Mi chiringa se alejó en el horizonte y yo me despedí de ella con cara de "al cabo ni quería". Por eso, ya cuando confecciono mis sueños, no los hago ni para el vuelo. Porque hasta una chiringa incapacitada tiene mucho que ofrecer a este mundo ingrato.
Los niños salieron corriendo en dirección a la chiringa mientras yo planificaba cómo haría la próxima y qué tipo de hilo usaría para evitar que volvieran a picarme. Sería, sin duda, una chiringa armada, se llamaría Venganza, y volaría, como muchos otros sueños que terminan en pesadillas.
Noel Ernesto
junio 2021
Cuando era un nene chiquito mi mama cantaba una canción que decía algo así como, que una mama no se cansa de esperar. Una madre no se cansa de esperar. ¿Esperar que? No lo entendía en ese momento. Hace 5 o 8 años, quizás 10, fui a casa de mi abuelita Gloria. A comer, a bañarme en su ducha de agua súper caliente y a empolvarme con su talco dentro de una media. Cuando salí, del baño ya olía a pollo guisado y arroz con salchicha, antes de servirme en la mesa, (porque así es como se come en su casa. Uno se sienta derechito en la mesa, y ella poco a poco te va llenando la mesa con manjares criollos) me arrastro al segundo cuarto de la casa y me mostro que tenía una cama grande en el. Me gusto la cama, le dije que se veía bonito, y me distraje un poco pensando en cómo crio ella a dos hijos varones, y una linda muchachita en una casa de dos cuartos. Entonces fui a la mesa a disfrutar, a masajear mi paladar, a recibir besos de Dios en el estomago, y le dije algo como, "oye una cama ...
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