Uno nunca sabe
porque hace las cosas, incluso cuando uno las hace mal, hay alguna justificación
en tu cerebro, que te da derecho para hasta tus más estúpidas decisiones.
Hoy
llegue a mi café favorito, donde me entere que por baja de horas, los muchachos
estaban trabajando casi solos, para ofrecerme como voluntario. No soy barrista,
así que me ofrecía para fregar los platos. Claro que no perdería la oportunidad
de aprender cómo se hace mi café favorito. Mientras estoy practicando, una
muchacha que me conoce, y sabe obviamente que no trabajo ahí pregunta:
-¿Ustedes no son voluntarios?
Y yo, súper orgulloso – Yo sí. Pero no te
preocupes que yo no te voy a atender-
-¿Puedo preguntar por qué?- Pregunta con un
gento de asco en la cara, marcando las ojeras con las pupilas buscando sentido
en algún lugar del techo, y arqueando la nariz hacia arriba como si estuviera olfateando
algo.
-Porqué quiero ayudar
Silencio que rompo para decir, - ¿Hay una
protesta aquí, que me perdí?
-Si, es que me parece una falta de respeto.
La miro a los ojos, y pienso… “Noel, estas detrás
del counter, con el delantal del negocio, no digas nada” así que solo se me
escapo un –Ay bendito.- Me encanta como mi cultura boricua me salva de todo. La
hubiera respetado, si la hubiera visto en Vieques, si la hubiera visto en el
capitolio, si la hubiera visto para la Telefónica, si la hubiera frente al
tribunal federal, cuando arrestaron los últimos presos políticos, si la hubiera
visto evitando los cohetes de la NASA, si la hubiera visto apoyando a Tito,
frente al Mercantil Plaza, o en la bahía, o para pagar la fianza por la
estatua, o si hubiera estado llorando con nosotros en vigilia el 23 de
septiembre cuando nos mataron a Filiberto.
Entiendo
el razonamiento, si fuera que yo, entrase a una empresa billonaria, con no sé
cuantas sucursales y fuera directo a la oficina del patrono a decirle, “Manda a
uno de tus muchachos a su casa, que hoy yo trabajare de gratis, para que tú te
llenes los bolsillos un poquito más en este día.” Pero claro que no, fui a
donde los empleados a decirles, “hoy vine a darles una mano.” ¿No es más
socialmente constructivo darles una mano a la clase trabajadora en sus momentos
de crisis?
Claro,
que esto es algo que ella hubiese sabido, porque me conoce, y no es de vista.
Me conoce y conoce el café. Un café en una tienda de turistas, que mantiene en
el cuarto de atrás a una manada de poetas hambrientos. Un café único y
singular. Donde el amor sabe a canela y a queso derretido sobre salami. Claro,
que ella lo sabe, porque nos conoce, porque me conoce y aun conociéndome me ve
vender poesía en la calle y me pasa por el lado como si no me conociera. ¿Estaba
yo, en un momento embarazoso?
Y
es porque me conoce, que se atreve a hacer su protesta montar en tribuna en un
caballo des-ensillado, para comportarse
como toda una rebelde protestante de la recién cultura moderna hipster contra
los opresores, aquellos opresores que me dan un micrófono abierto todos los
martes, que me pagan para ser host, que publica libros de poetas del patio, que
pasa café, sándwiches y botellas de agua si estamos muy pelaos, que vende las
pintura de los artistas que no pagan galerías, que ensayan en sus salones, y se
quedan hasta que acabemos, que nos compra las galletas que horneamos, las velas
que modelamos, las mil y un cositas curiosas que nos inventamos, los cds de música
que nosotros mismos grabamos, los poemarios artesanales que cosemos a mano.
Si,
pelea muchacha rebelde, porque el arte no se apoya por sí solo. Porque no
estamos dispuestos, a que este negocio quiebre.
¿Por qué? Por lo único
que se hacen cosas voluntariamente, porque se siente una responsabilidad en la conciencia,
porque el Che, le llamaba “solidaridad comunista.” Porque se ama. Porque no
estamos dispuestos a que este negocio quiebre, sea regalando poemas, donando
libros, o fregando los platos.
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