Desde niño, me interese mucho más
por el camino del crimen que por el de la justicia. Lo llevaba en la sangre,
pero no lo sabía. Era normal. Sobre todo, para mí y mi hermano, que podíamos estar
horas jugando con nuestros muñecos, en una base improvisada de asaltantes de
banco. Siempre me impresiono lo inteligente que tenía que ser un criminal para
tener éxito, y lo bruto que tenía que ser un policía para lograrlo. El mundo se
me abría como una vil mentira, y yo lo rechazaba. En todo lo que estaba de
acuerdo la mayoría, yo lo bloqueaba. Decidí no dejarme llevar por los cuentos,
ni las leyendas, ni las creencias. No podía confiar en nadie, y menos hablar
demasiado, porque algún día podían buscarme y llevarme bien lejos, como a mis tíos.
Pudo ser eso, entender que ellos estaban presos en el extranjero por atreverse
a lo que nadie se atrevía. O escuchar a mi madre limpiando la sala cantando
Pillo Buena Gente de Roy Brown o aprender por mi cuenta, que era mentira lo que
decía la escuela. Que el sur de la isla sobrevivió por el contrabando, y que
San Juan era lo único de importancia para España. Entonces, un día me hablaron
del Pirata Cofresi, y soñé despierto.
Fue como una admiración descabellada
y a primera oída, conocer sus historias, pensar en sus escondrijos. Saberme que,
de haber existido en esa época, me hubiera ofrecido de recluta en cuanto
aprendiera a hacer un nudo. En cambio, nunca pensé en reclutarme en el ejército
de Estados Unidos. Había algo en la rebeldía que me llamaba, y sabía lo que era…
el rechazo por lo establecido. Y lo establecido, siempre me dio nauseas. Entonces
llegue a pensar, que podría ser un re-encarnación mía, eso, de que yo pudiese
haber sido su grumete, sargento de armas, cocinero… y ¿Por qué no? Cofresi
mismo. Busqué más… y conocí a Miguel “El Negro” ufff… que hombres aquellos… que
tan poca cosa los nuestros… Lo curioso, es que esa pasión mía por la piratería no
era exclusiva, era compartida por mis hermanos. Siempre quisimos tener el pelo
largo y las barbas largas. Llevar pañuelos, pantallas, y telas danzado con el
viento. Súper raros, para una escuela de raperos de los noventa.
Ya de adulto, y acostumbrado a
sentirme diferente me dedique a desarrollarlo. Creando un caparazón que asusta más
que de verlo. Portando un ego como bandera de calavera que siempre intimido a los
eñangotados… y creo confianza en los subversivos. Nunca me sentí una oveja
negra, porque todos habíamos optado por el negro. Eso sí… siempre… yo, y mis
secuaces… desde la high hasta estas alturas de barbas canosas sabíamos que lo haríamos
todo a nuestra manera… sin seguir las reglas… sin respetar nada. Solo la misión…
“y el fin justificaba los medios. “
Pero la vida y sus ciencias no
dejan nada al descubierto. La historiadora de la familia, mi tía, la primera en
mostrarme como escribir una poesía, unió los cabos. Y ya estamos todos
enterados. El apellido que tanto luche por ocultar, porque develaba un
desprecio a la figura que traumo mi infancia tenía la respuesta por mi añoranza
con el mar. Y es que alguna vez, un tatarabuelo cobarde, resto el de Arellano a
su Ramírez, para ocultar su pedigree de “malandro” y poder ser alcalde de Vega
Alta. Tenían miedo, porque estaban persiguiéndolos a todo, buscando lo que hoy está
a simple vista… la fortuna de los Ramírez de Arellano, heredada por la figura más
imponente que se ha dejado ver en el Mar Caribe desde aquellos indios que se
tiraban en canoas en busca de mujeres… el Pirata Roberto Cofresi Ramírez de
Arellano mi tátara tátara tátara tátara tátara tátara tátara tio abuelo.
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