Ella abrió los ojos, y supo que era feliz. No había sido en vano todos sus esfuerzos. Su cuerpo lucia como lo imaginaba, aunque hubiera querido que la madre naturaleza le hubiera dado mas poder en la parte de atrás. Pero había trabajado lo que tenia, y se complacía. No tenia que levantarse temprano, porque ya el aroma de café se había arrastrado por las rendijas de la puerta hacia sus narices. La sabana le acariciaba tan dulcemente sus pechos pequeños. Tan redondos y algo caídos por la ausencia del brassier que hace mucho había dejado atrás. Y también podía oír la ducha, así que imaginaba su ultimo machito limpiándose con jabón el amor que se dieron unas horas atrás.
No lo conocía del todo. Llevaban saliendo algunas semanas y había decidido quedárselo. Como quien se enamora de un perro de la calle. Pero este no era de la calle, y aunque jadeaba como uno, no podemos decir que era un perro. Era un cajero de banco que conoció por una amiga. Aunque nos cause mucha intriga conocerlo mas a fondo, este fue siempre el sueño de ella. Lo importante es que se conocieron en uno de esos "dos para dos" que se dan perfecto. Su amiga y el otro no llegaron muy lejos pero estos si engancharon. Habían pasado semanas desde ese encuentro y aun no se habían separado. Ya se conocían sus horarios y todo. Solo faltaba que conocieran a los respectivos padres.
Ella, tan bellaca como siempre camino hacia la cocina con la sabana enredada a modo de cubrirse pero dejando todo al descubierto. El, aun húmedo de la ducha se le fue atrás, y hizo lo posible para humedecerla a ella. Una de esas caricias por la espalda donde puedes percibir lo pequeña que pueden ser las espaldas de las mujeres, aunque sean gordas. Hay algo en la reacción de la mano de un hombre y la espalda femenina que es inconfundible. Cierta vulnerabilidad, causa y efecto, que se yo. Pues una de esas caricias le arqueo la espalda, y la otra mano recibía un escupitajo que hiciera el trabajo. Se lee como algo rudo e irrespetuoso, sin embargo, es un acto de consideración de las que salen lucrados ambas partes. Como referencia el lector, puede imaginar un barco encallando en la arena. Una tragedia, sin duda.
Como el no era de hablar mucho mientras chingaba, ella solía ser la extrovertida. Le encantaba eso de ella, le decía -cállate, cabrona, cállate- y ella se reía, y callaba por segundos. No se callaba por sumisa, jamás en la vida. Se callaba porque sabia que no era orden su conversación erótica, mas bien, una suplica. Cuando ella habla, el se viene enseguida.
Terminaron aquello para continuar con la rutina de las mañanas, la mañana. Entonces sonó la alarma. Abrió sus ojos húmedos, no por saliva, ni por fluidos sexuales. Un ojo húmedo y salado como solo humedecen las lagrimas. Fue una de esas tristezas que no consuela la suavidad de la mejor de las sabanas. Quizás lloraba porque no oía la ducha, ni sentía aroma de café. Había despertado a su pesadilla, se levanto y se preparo un café, para el solo.
No lo conocía del todo. Llevaban saliendo algunas semanas y había decidido quedárselo. Como quien se enamora de un perro de la calle. Pero este no era de la calle, y aunque jadeaba como uno, no podemos decir que era un perro. Era un cajero de banco que conoció por una amiga. Aunque nos cause mucha intriga conocerlo mas a fondo, este fue siempre el sueño de ella. Lo importante es que se conocieron en uno de esos "dos para dos" que se dan perfecto. Su amiga y el otro no llegaron muy lejos pero estos si engancharon. Habían pasado semanas desde ese encuentro y aun no se habían separado. Ya se conocían sus horarios y todo. Solo faltaba que conocieran a los respectivos padres.
Ella, tan bellaca como siempre camino hacia la cocina con la sabana enredada a modo de cubrirse pero dejando todo al descubierto. El, aun húmedo de la ducha se le fue atrás, y hizo lo posible para humedecerla a ella. Una de esas caricias por la espalda donde puedes percibir lo pequeña que pueden ser las espaldas de las mujeres, aunque sean gordas. Hay algo en la reacción de la mano de un hombre y la espalda femenina que es inconfundible. Cierta vulnerabilidad, causa y efecto, que se yo. Pues una de esas caricias le arqueo la espalda, y la otra mano recibía un escupitajo que hiciera el trabajo. Se lee como algo rudo e irrespetuoso, sin embargo, es un acto de consideración de las que salen lucrados ambas partes. Como referencia el lector, puede imaginar un barco encallando en la arena. Una tragedia, sin duda.
Como el no era de hablar mucho mientras chingaba, ella solía ser la extrovertida. Le encantaba eso de ella, le decía -cállate, cabrona, cállate- y ella se reía, y callaba por segundos. No se callaba por sumisa, jamás en la vida. Se callaba porque sabia que no era orden su conversación erótica, mas bien, una suplica. Cuando ella habla, el se viene enseguida.
Terminaron aquello para continuar con la rutina de las mañanas, la mañana. Entonces sonó la alarma. Abrió sus ojos húmedos, no por saliva, ni por fluidos sexuales. Un ojo húmedo y salado como solo humedecen las lagrimas. Fue una de esas tristezas que no consuela la suavidad de la mejor de las sabanas. Quizás lloraba porque no oía la ducha, ni sentía aroma de café. Había despertado a su pesadilla, se levanto y se preparo un café, para el solo.
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