El perro callejero
conoce su barrio,
no lleva un collar
con el número de su casa.
Tiene rincones sueltos
tantos como pulgas
meados
por toda la anti flora
de la ciudad.
Si ve una charca
se lanza,
se refresca,
la felicidad lo delata
con su cola
y lengua por fuera.
El no va a hospitales
se sana así mismo.
El perro callejero
conoce la ruta del Sol
va mudando su casa
por el ángulo
que cortan los techos
de sombras en el piso.
El perro callejero
no respeta,
porque entiende
sobre el amor
sobre la guerra,
como para atreverse
a cometer cualquiera
en plena calle
a luz descubierta.
Al perro callejero
no le pesan las cadenas,
no entiende
de límites de cuerdas,
no es bilingüe,
ni esta castrado.
Nunca mea dos veces
el mismo árbol,
nada
le impide
conquistar otras perras.
Hay quien lo ve
sucio, con las heridas secas
y se atreve a decir
“pobre perrito.”
El perro callejero
no se llama así mismo
callejero,
ni pobre,
ni perro.
No se llama así mismo
de ninguna manera.
Solo es el,
y lo que él desea.
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